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Cura búlgara salva Europa de una epidemia letal

A finales de la Primera Guerra Mundial, una enfermedad misteriosa fue segando las vidas de decenas de miles de personas. La llamada enfermedad del letargo se expandió en el Viejo Continente, que fue sufriendo más heridas en su cuerpo de por sí desangrado.

En el año 1900, un joven de 24 años, descendiente de la familia de un curandero de la ciudad de Sopot, en el centro de Bulgaria, emprendía un viaje a Constantinopla para conocer allá los arcanos de las plantas medicinales. En esa ciudad a orillas del Bósforo trabajó durante cinco años seguidos de aprendiz de un famoso hodja y, a guisa de recompensa, fue obsequiado por su maestro con un libro grueso que recogía las propiedades curativas de las plantas y ofrecía recetas orientales. Dos décadas después aquel curandero neófito se volvería famoso en Italia como Iván Ráev, el creador de la “cura búlgara” o la terapia que elimina los síntomas del parkinsonismo postencefalítico.

A la medicina tradicional búlgara corresponde una notable contribución ya desde épocas antiguas −señala el doctor Dimítar Pashkulev, experto en medicina tradicional integral− . Durante el Medioevo era difícil apostar por otro tipo de medicina y fue entonces cuando se desarrolló la terapia a base de plantas curativas de los bogomiles. En Bulgaria todo el mundo ha oído hablar asimismo del célebre curandero Pétar Dikov. No es casual que Iván Ráev fuera tan altamente apreciado en Italia por la reina Elena de Saboya. La terapia aplicada por él durante la epidemia fue la cura primordial en una época en que las otras formas de tratar la enfermedad iban fracasando. Por esto también la reina le confirió el título de “médico”, invistiéndolo de todos los derechos de ejercer la terapia en clínicas creadas especialmente a tal efecto. Esta terapia, hoy en día, se ha merecido a justo título el nombre de “tratamiento búlgaro”.

Iván Ráev había estrenado su pócima de belladona para curar a una mujer de una aldea de la región de Chirpán, en el centro del país. Al verla yaciendo con la cara petrificada, se dijo a sí mismo: ”Debe de ser la enfermedad del letargo”, y sacó de su bolsita un puñado de raíces. A la mañana siguiente, las convulsiones cesaron y la enferma hasta pidió algo de comer.

Los logros del curandero, divulgados también por la prensa, pronto llegaron a la Corte de Italia. La reina Elena de Saboya en persona, también afectada por la enfermedad, envió un telegrama a la Embajada italiana en Sofía urgiendo a sus funcionarios a buscar y localizar al herborista que se había atrevido a hacer uso de la Atropa Belladonna, una planta de fuerza temible capaz de sembrar la muerte pero también de salvar vidas. Gracias a la pócima preparada por Iván Ráev, los terribles síntomas de la enfermedad remitieron y desaparecieron no sólo del cuerpo de la reina, sino también del de un alto mando militar italiano que ya estaba en su lecho mortuorio.

”Amén de la belladona, él hizo uso de otras plantas curativas como, por ejemplo, el cálamo aromático y la nuez moscada, para reforzar el efecto de la terapia y reducir los efectos colaterales de aquélla −prosigue el Dr. Pashukulev− . La belladona es, de principio, una planta de efecto muy fuerte y hay que emplearla con cuidado. Iván Ráev, sin embargo, llegó a fijar la dosis precisa al tratar a personas que estaban propensas a probar esta planta medicinal ya que ninguna otra les había provocado un mejoramiento. Al comienzo, el efecto se mantenía más débil, pero con el tiempo Iván Ráev consiguió encontrar el esquema justo para el tratamiento”.

Después del éxito en el tratamiento de la reina y el general, el rey italiano Víctor Emmanuel invitó al curandero búlgaro a su país para prestar ayuda a los médicos que luchaban contra la epidemia. Mientras tanto, el remedio búlgaro se había comenzado a administrar en varias clínicas bajo la supervisión del Prof. Giuseppe Panegrossi, un médico clínico de dilatada experiencia en el tratamiento de la encefalitis. Él mismo rindió pleitesía al curandero búlgaro, llegando a Bulgaria para invitarle personalmente a que trabajara en su clínica en Roma.

En Italia, Iván Ráev logró socorrer a 1.400 enfermos, y médicos del mundo entero empezaron a interesarse por su método terapéutico. Por los resultados remarcables logrados por Ráev, su retrato, de cuerpo entero tocado con gorro rústico, fue colocado en la clínica romana, que fue bautizada con su nombre. Un año después, la corte real italiana se despidió de Iván Radev quien iba a regresar a Bulgaria, dispensándole grandes honores y otorgándole una medalla de oro. Una vez en la patria, Iván Radev se asentó en la aldea de Shipka, en la provincia de Kazanlak (centro de Bulgaria), donde abrió un modesto centro sanitario. Falleció fulminado por un infarto en 1938, cuando se dirigía a la estación ferroviaria de Plovdiv. Hoy en día guardan la memoria de Iván Ráev únicamente el hospital de Sopot y la lápida conmemorativa a la entrada de su casa.

Versión en español por Mijail Mijailov

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